jueves, 4 de noviembre de 2010

... Y jugando a aprender 01...

“Aquí no hay nada para ti…”, dijo y la frase fue lapidaria, fatal. Resumía todo, resumía ese “sos feo”, “ocupás lentes” y aquel “sos negro”, como si el color levemente más claro de la piel de quien hablaba le permitía haberlo dicho una, otra y otra vez en el transcurso de aquella plática… de aquel reclamo.

… Él se quitó los lentes. Se pasó el dorso de la mano derecha sobre los ojos. Primero el derecho, después el izquierdo… Era su forma de secarse las lágrimas. Lo había visto una vez, otra y otra vez a lo largo de muchos días… “Lo que me faltaba, si sos hombrecito ¡Y estás llorando!”, se dijo. Lo que faltaba: mostrarse más débil… más solo… más… más nada.

- ¿No me escuchaste? ¡Andate!
- … Si…
- Sí, ¿qué? ¿No sos lo suficientemente hombre para irte sin llorar?
- … No, es que…
- … ¿Sólo eso podés decir? ¡Andate!
- … Si, ahorita…
- ¿No olvidás algo?
- … ¿Qué?
- ¡Tu orgullo!

Él asintió con la cabeza. Agarró sus cosas: dos cuadernos de páginas cuadriculadas, una mochila roja y vieja, un trozo de orgullo maltrecho y ajado, un termo que sonaba a cristales rotos por dentro… “Si se pudiera”, se dijo, “también recogería esas lágrimas”. Si pudiera, retrocedería el tiempo y trataría de pasar desapercibido, de que nadie se diera cuenta que estaba ahí, de nunca haberse cruzado por su camino… Pero las máquinas del tiempo no existían entonces…

… Yo lo vi todito desde el resquicio de las gradas. Todito… En silencio…

Cuando pasó a mi lado arrastrando los pies, tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas, la piel erizada, el orgullo, jodido…

- ¿Está todo bien?, pregunté.
- ¿No viste?, dijo.
- Sí, vi a Jaime…
- … ¿Y?, preguntó.
- Sí, vi… todito…
- … ¿Qué?
- Nada…
- No que todo….
- … Y, bueno…
- Nada, nada… nada.
- Sí, todo… ¿Pero qué podía hacer?

“Nada”, dijo y se marchó maldiciendo que las máquinas del tiempo no existieran en 1982, que había entrado en la categoría de “pato” del salón el primer día de clases y que hacer amigos fuera tan difícil en primer grado. Ese día de febrero, desde el resquicio de las gradas de aquel viejo colegio, me di cuenta que los niños también podemos ser realmente crueles.

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