sábado, 11 de octubre de 2014

Música ajena

En aquel bar mandaban los parroquianos. Abría cuando llegaba el primero. Cerraba cuando se iba el último… bueno, los últimos.

Ellos, los que mandaban, se tomaban la barra como propia. Al frente de ella, con los ceniceros llenos y los vasos vacíos. Atrás de ella, entraban como en casa, anotaban una ronda en la comanda, se servían los tragos a placer. El bar, con la anuencia de los dueños, era suyo, pues. De nadie más.