miércoles, 8 de diciembre de 2010

Un arma

El carro patrulla pasa despacito. El conductor mantiene la vista al frente, las dos manos sobre el volante y el pie derecho apenas sobre el acelerador. El policía del asiento de atrás mira fijamente a las cuatro personas que estamos en el único bar abierto de la zona. La verdad, sin ánimos de ser valiente, no me preocupa su mirada desafiante ni su uniforme policial con recuerdos de épocas militares… Me preocupa que indistintamente apunte el cañón de su ametralladora semiautomática….


- No me gustan las armas, digo al aire.
- No son bonitas… Pero a veces son necesarias, responde el tipo del lado en la barra.
- No, lo creo… Me cae mal que me apunten con ellas.
- A nadie le gusta… A mí me apuntaron con una hace menos de un mes.

El banco más cercano de su casa le queda a menos de tres cuadras. Tenía que pagar el teléfono celular y le pareció una exageración necesitar del carro para hacer ese recorrido. Se fue a pié, por aquello de que caminar es sano, y el apuro, dejó su celular. Igual, no importaba, iba al banco y luego, a menos de 25 metros, estaba la oficina de la empresa telefónica. Caminó, llegó y sacó dinero del cajero automático; recorrió un par de metros y sintió el cañón de un arma en su espalda.

- ¡Dame el celular!, le gritaron.
- No lo ando, respondió.
- ¿Y qué es eso que tenés en la bolsa?
- Dinero… To… tomalo.

Desde entonces, dice, hasta a la tienda de la colonia va en carro. Y esto, solo si es necesario… Digo, lo de ir a la tienda. Si le toca andar por la calle, no camina, corre. Mira a todos lados siempre. No lo hace una vez, lo hace dos, tres, cuatro, cinco… Sospecha de todo el mundo. A ese banco, como medida de seguridad, ya no regresó nunca. “Es la primera vez que salgo a la calle desde que me pasó. Desde entonces, siempre ando en el carro y es de la casa al trabajo, del trabajo a la casa… y punto”, dice.

- ¿Dos, tres semanas sin salir?
- Sí…
- ¿Por qué?
- Precaución… Uno no está seguro en la calle. ¡Si me asaltaron con un arma a dos cuadras de mi casa!

Más porque he sido un tipo poco precavido de toda la vida, no entiendo el significado de la palabra “precaución”, más cuando se trata de temas de violencia social, de seguridad pública o de inseguridad pública, depende de cómo se vea. Será que la mayoría de veces, cuando la dice, las confundo con las palabras “miedo”, en algunos, o “temor”, en otros. ¿Es poco precavido estarse tomando una cerveza en una noche de lunes en que las calles están solas porque todos tienen miedo de salir de sus casas?

Reviso a mí alrededor. En la puerta hay un vigilante privado. Lleva gorra ajustada y con la visera a tres dedos de la nariz, escondiendo una mirada infantil. La verdad, parece un niño. La camisa del uniforme le queda una talla más grande; la escopeta recortada 0.12, dos tallas. Rectifico, parece un adolescente asustado, como esos que esperan conocer a los suegros o que le han robado dinero a sus padres. Esta noche, la primera en este trabajo, me dice, espera que no sea le haga larga y que no hayan sobresaltos.

- ¿Primer día de trabajo?, repregunto.
- Sí… Es que se gana un poco más que como albañil, dice
- Es diferente… ¿Es lo mismo agarrar una pala y una piocha que un arma?
- No, pero un arma te defiende… Un arma te da más respeto.

Un arma. Un amigo me dijo una vez que la razón de ser de un arma es herir o matar. “Si sacas un arma es para disparar”, me dijo. Desenfundás, apuntás… El dedo índice aprieta el gatillo, se mueven una serie engranajes, se estiran y encogen resortes y un martillo percuta un fulminante de pólvora dentro de una bala… Pum… Décimas de segundos para que el proyectil salga disparado por el cañón, girando por la dirección que le dicta el alma del arma.

¿El alma de un arma? Sí, las armas tienen alma. Cualquiera diría que no sirve para nada –digo, el alma de ella, porque ya quedamos que las armas sirven para herir, en el mejor de los casos, o matar-, pero sí, sirven y mucho. El alma de las armas no es etérea, es estriada y sirve para que la bala gire y conserve su trayectoria después que sale del cañón. Recapitulando, el alma de un arma asegura que, si uno tiene buena puntería, la bala de en su objetivo, lo hiera o lo mate.

- ¿Alguna vez ha disparado?, pregunto.
- No, si hoy me dieron el arma… Ojalá, que no tenga que disparar nunca.
- ¿Por qué?
- Porque entonces será porque alguien viene a hacer algo malo y tendré que matarlo.

Un amigo escribió una vez que la razón de ser de un arma era matar… Lo leí en el borrador de una de sus novelas. Desde entonces, repito la frase una y otra vez: Matar y no herir, en el mejor de los casos, ni defender, ni mucho menos infundir respeto o dar seguridad. Matar. Me explico: si ahora entra alguien armado a asaltar el lugar y otro más saca su arma, alguien puede morir o, en el mejor de los casos, resultar herido.

Las estadísticas de mi país hablan que en ocho de cada 10 incidentes violentos en los que hay un arma de por medio, alguien muere o sale herido. Lo malo de las estadísticas es que solo son números, son barritas que suben y bajan en un gráfico, son datos que no tienen nombres y que valen lo mismo que la punta de un pepino –digo, por decirlo decentemente- si esos nombres no vienen amarrados a nuestra historia.

Y porque en mi historia hay nombres que lastimosamente fueron datos, barritas y estadísticas, no me gustan las armas… No me gustan porque matan… Por eso no me gusta la ametralladora semiautomática de ese policía, ni la escopeta calibre 0.12 del vigilante… Menos, la escuadra 9 mm. del tipo que esta junto a mí en la barra, que tiene bajo la chaqueta, que compró por precaución, que no va a dudar en disparar si se siente en peligro y con la que jura que va a matar al próximo hijuesenntamilputas que se le acerque con cara de sospechoso… Matar, al final de cuentas, un arma solo sirve para eso…

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