Afuera se vivía un carnaval y yo trataba que aquello
mantuviera un tono serio, ceremonioso. Y ella solo se tiró una carcajada cuando
escuchó aquel reclamo. “Ay, no me digas”, dijo y siguió riendo por largo rato. “¿Qué
sabes del desamor?”, preguntó. Me mantuve en silencio. Ella sorbió aquel té
negro y escapó a ahogarse. Siguió riendo. Y la risa, adentro y afuera de
aquella casa, no paró en toda la noche.
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