viernes, 13 de abril de 2012

Zapatos 01


Y ahí estás, parado en medio de nada. Ni un café, ni una brújula, ni un cigarro, ni un amigo. Nada, así de simple. Nada o, para ser francos, lo más parecido a nada.

-          Suena caótico.
-          ¿No te gusta?
-          No… Me deprime.
-          ¿Quién putas te preguntó?
-          Vos… hace “nada”.


Es como la fotografía que me tomé en Madrid: los pies juntitos sobre la marca del kilómetro cero y sin saber dónde ir exactamente. Solo la foto y en frente una plaza que nunca supe cómo se llamaba. Del otro lado, creo que estaba el hotel Europa… O “Madrid”, o “España”… Da igual el nombre, sólo sé que servían una paella de lujo con vino de la casa y en el mismo pasaje había prostitutas croatas que cobraban menos de lo que valía aquel plato de comida.

-          Plaza del sol.
-          ¿Qué?
-          Así se llama la plaza…
-          ¿Importa?
-          Solo decía…
-          ¿Te pregunté?
-          No.
-          Vaya.

Si lo pienso bien, ni la fotografía es original. Es la misma que se toman todos: los pies juntitos, el mensaje del semicírculo –“Origen de las carreteras radiales” y la acera gastada. Acaso solo cambian los zapatos. Los hay de tacones altos, caros, chanclas, puntudos horribles, tennis viejos… Los míos eran de esos últimos, de los que ya se deslizan porque la suela es un melón y aún así eran mis favoritos. Aquella me habían dicho que los botara de una vez, que daban pena. Yo, no quería.

-          ¿Quién?
-          Aquella…
-          Bueno, sin nombres, pues…
-          ¿Para qué quieres que lo repita?
-          Tranquilo.
-          Es que ella era más tipo “fashon”.
-          No la justifiques.
-          No lo hago, solo era así.

El abuelo de uno de los novios de mi madre siempre dijo que los zapatos hablaban por uno. Los de él eran hechos a la medida con horma y todo, de esos de cuero puro, lustrados, pulcros y la chonguita de la cintas alineadas, firmes, perfectas. Los míos, en esos años, eran igual de sucios y gastados. Siempre tenis con cintas sucias y mal amarradas. “Parece que anda chancleteando”, me reclamaba él. Yo, como buen adolescente rebelde, nunca le constaba.

-          ¿Vos? Sin reclamar nada.
-          Sí, yo. ¿Qué tiene de raro?
-          Nada… Digo, no te quedás callado.
-          Ya lo he hecho…
-          Sí, cuando no deberías…
-          ¿Qué?
-          Nada…
-          ¿Cuándo?
-          ¿Cómo se llamaba?
-          ¿Me haces un favor?
-          Sí.
-          Morite, pendejo.

A ella tampoco le contestaba nada. No sé porqué pero pensaba que nos llevábamos mejor cuando no hablábamos. Era suficiente una mirada para saber qué estábamos pensando, pensaba. ¿No era así? No, la verdad. No’mbe, si quedarse callado es una gran cosa hasta que te das cuenta que no decir nada te pasan factura. La de ella, la sigo pagando... y cuando veo para atrás, y veo lo que tenía, y descubro que todo pudo ser mejor…

-          Vaya, te pusiste romántico.
-          ¿Yo?
-          No, nada.
-          Solo pienso cómo pudieron ser las cosas si hubiera dicho algo…
-          … Vaya, ¡la nada tiene nombre!
-          ¡Que, no!
-          Bueno… pero  hoy ocupas zapatos de vestir…
-          ¡Puta, no se puede contigo!

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