domingo, 4 de marzo de 2012

Soñar 01


El día empezó demasiado temprano para mí. Y con eso puedo, pero con esa lluvia de seis días, no. Son las 9:00 de la mañana y no arranco... A esa hora, apenas había dormido cuatro horas y soñado feo, raro, extraño…

Entro a una casa…

… Apenas me dormí y empezó todo. Así, como si dormir era entrar a esa casa…


Es una casa a medio construir, sin acabados: Paredes grises sin pintura, polines de hierro que se asoman por entre los techos sin cielo falso, docenas de escalones que no conducen a ninguna parte que algún día será una segunda –o es una tercera planta, ya no sé-, tablas con rastros de cemento, baldes y una red para colar arena en aquella esquina lejana… Es como si algún día, estos que viven o sobreviven aquí, quieren terminar las cosas.

… ¡No! No fue una pesadilla. Quizás es que todo me sonaba tan ridículo, tan absurdo, tan real y tan molesto que desperté con la boca seca y los ojos rojos. Sí, fue eso: Muy molesto. Digamos que fue un mal sueño. Y como no era una pesadilla, lo soñé enterito, sin pausas, sin sobresaltos… enterito hasta el final: llorando y riendo como un desquiciado en la azotea de una casa a medio construir…

La casa la conozco. O por lo menos, eso creo porque camino hasta el fondo, abro una puerta y subo por unas gradas que llevaban al segundo piso.
En el rellano, hay una mesa esquinera. En la mesa, cuatro libros con pastas desgastadas cubiertas de polvo y tela de araña. Me acerco a ellos y sobre las pastas hay sendas dedicatorias escritas con tinta negra.
Un libro sucio hay que limpiarlo de inmediato, que nadie me diga lo contrario. Tantos años bajo la tutela de mi madre y la dictadura de la limpieza no son en vano. Llevó el dedo índice al primer libro e intento pasarlo justo encima de donde se lee “Para mi amigo…”

… Limpiar no me gusta, pero a fuerza de “martacracia” o “mamarquía” se convirtió en una obsesión que hago valer. En cambio, soñar sí me gusta. Lo hago despierto la mayoría de las veces y, en otras, cuando una cosa está metida en mi mente y martillándome el cerebro, hasta dormido. Soñar, para mí, es un paso hacia el futuro, un paso incierto. ¡Que nadie me venga a decir que no le encanta esa sensación de hacer equilibrios y malabares con la vida¡

Para algunos, esos sueños se tienen que convertir en planes organizados, en motivos para encauzar energías; para otros, es solo parte de la entropía, del desorden de un sistema, de un remolino que algunos llaman vida y éstos se cumplen o no de acuerdo a la decisión de los dioses, de la gente, de los azares, de los deseos, de los destinos, de los sentimientos, de… de… ¡Qué sé yo!

La cuestión es que hoy soñé feo, raro, extraño. ¿Qué tiene de extraño? Pocas veces sueño de noche con cosas agradables, bonitas. Poquitas, muy poquitas, casi nunca. Digamos que cuando aparece un sueño bonito, alegre, feliz es cuando la excepción confirma la regla. Y hoy, como de costumbre, soñé feo, raro, extraño y me levanté con esa mueca fea del que no ha dormido nada…

-          No lo toque, dice.
-          Está sucio… Perdone, solo quería limpiarlo.
-          ¿Cuándo ha visto que un trofeo se limpie?
-          ¿Un trofeo?

… Una vez alguien me dijo que los trofeos no se limpian, que se dejan acumulando polvo en vitrinas selladas y éste es el que le da su valor final. No solo es ganarlos, es demostrar que durante años fueron mostrados con orgullo. No recuerdo quien me lo dijo. Habrá sido uno de esos viejos atletas que entrevisté cuando hacía periodismo deportivo y soñaba con escribir la historia del deporte. Y también recuerdo que hice la broma que le diría a mi madre que las ventanas de mi cuarto era un trofeo y que no las limpiaría más nunca.

No recordé nada de esto hasta esta mañana, cuando la cara de mueca me decía frente al espejo que limpiara mis ojos, que no podía seguir durmiendo tres o cuatro horas cada día, que la gripe solo es un recordatorio que este cuerpecito también necesita descanso, que tengo que ir a casa de mi madre a traer aquel frasco de vitamina C, el mismo que ha de ser igualito al que está de adorno sobre la refrigeradora y que se vencen en diciembre de 2012…

-          Sí, un trofeo. Son títulos originales firmados por sus autores… Miré, si va andar por aquí, pues no hay problema; pero si va a venir a arruinar cosas, mejor márchese.
-          ¿Irme? ¿A dónde?
-          Sí… Puta, otro que no sabe que hay cosas que no deben de hacerse... Mire, en serio, si viene a joder todo, mejor no hubiera venido.
-          Sí solo quería limpiarlo… no sabían que era trofeos.

Me marcho. Él sigue reclamando mi comportamiento. Lo dejo atrás y llego al siguiente piso: Ahí hay un cuarto, una sala… Vaya, una sala cuarto: Un sofá junto a una cama. En ella, sentado, un hombre desgreñado. Viste pants rojo con líneas blancas y azules, como los de la selección cubana –sin importar que deporte hagan, siempre es el mismo- y una camisa blanca rota y sucia. Tendrá unos cincuenta años, digo yo, por aquello del pelo entrecano.

…Canas. Tengo dos o tres plateadas y una blanca en el pecho. Otra docena en una barba poco poblada y que nunca termina de salir. “Ya estás viejo”, le digo al espejo. Él, solo se ríe.  “Y vos, te ves patético”, me responde. Callo con un “Gracias, cerote” en la mente. “¿Y qué quieres que te diga?”, recrimina.

-          ¿Esperabas venir?, dice.
-          ¿Perdón? ¿Yo? Pues, no.
-          ¿Entonces por qué viniste?
-          Yo, pues… no sé, entré a la casa y…
-          … ¿Y para qué viniste?
-          Pues…
-          ¡Lo que me faltaba! ¡Gente que no sabe ni lo que putas quiere!
-          Mire, disculpe, si quiere, me voy… No hay problema… No vine para aguantar puteadas de extraños…
-          … ¡Gente que viene a que uno pierda el tiempo! No ves que todo estaba bien sin ti… ¿Para qué venir si nadie te ha llamado? ¿Quién putas te ha dicho que necesitamos de ti? ¿Por lo menos sabés qué el mundo no gira alrededor tuyo?
-          … A veces…

… A veces… El espejo se ríe de mí. Lo entendí hace años cuando Joaquín Sabina me lo explicó… Tenía como 15 años o algo así. Otras veces me habla.

Si fuera católico practicante sería todo más fácil, más normal: Se llamaría consciencia y me hablaría inspirada en lo que le dicta el padre divino, el padre único que ya tiene definido mi futuro sobre esta tierra, siempre y cuando cumpla con los 10 mandamientos de la católica, romana y apostólica.

Pero no… No puedo amar a Dios sobre todas las cosas porque siempre me enamoro como adolescente y prometo fácilmente ese amor único una y otra vez sin contemplaciones. Y también miento y hay docenas de personas que lo pueden confirmar. Y desee, deseaba, deseo y desearía la mujer de más de algún prójimo; y con más de alguna, consentí actos impuros y/o también los cometí a granel. Y he robado más de algún libro, docena y media de ceniceros de bares y moteles, varios chocolates, un par de corazones ajenos, una docena de ciruelas maduritas del supermercado… Eso sí, no he matado, he honrado a mi madre, que también fue padre, y como nací con lo justo, no aspiro a hacerme de los bienes ajenos. 

Así, sin ser católico practicante, hoy solo tengo el espejo, esa mueca ojerosa y esa sensación…

“Viejo hijueputa”, pienso. Pero no digo nada. Doy la vuelta. Miro hacia la escalera que van hacia el siguiente piso. Él sigue gritando no sé cuántas cosas. Yo no escucho, solo camino. Subo las gradas y llego a una puerta nueva, metálica, roja… y cerrada. Del otro lado se escuchan los gritos de alguien…

… En estos días… digo, después de pasar tres semanas durmiendo acompañado, levantarse no es oficio grato. Nunca lo fue para mí. Quizás solo cuando tenía 17, 19 ó 21 años, todavía, cuando salía corriendo a los entrenos de atletismo a las 5:00 de la mañana. Pero después, ya no… Y después, de ella, menos. Y es que las cosas cambiaron entonces. Me metí en su cama… En su sofá… En su casa… y ella, en mi vida. Y entonces levantarse era un ejercicio más bien bonito. Era darle un beso, fingir que me estiraba mientras veía su espalda, sus nalgas, sus piernas, su cuerpo alejándose al baño. Era aprovechar cada minuto de la mañana porque el tiempo de estar juntos se acababa, porque había prisas.

“Pase adelante. No hay tiempo”, me dice el tipo que está del otro lado. Me invita a caminar por esas dos tablas suspendidas y que comunican la última grada con la terraza mojada donde él baila y canta a gritos.

Tiene el color y el cuerpo de Félix Savón y la cara de estar medio loco: los ojos grandes y abiertos al máximo, una semisonrisa que se convierte en segundos en la de un desquiciado que lanza carcajadas largas y sonoras. Y me invita a pasar a sus terrenos, a ver hacia abajo, a la calle, donde un ejército de peluches con cara de locura deambula sin ton ni son comiéndose a la gente que corre buscando refugio.

Y cuando dibujo esa cara de miedo, él me regaña. Y me dice que estoy equivocado, que no entiendo ni mierda… Y  me dice que estoy perdido… Y me dice que voy por el camino correcto… Y me dice que me calle, cuando apenas intento agarrar el aire para soltar una palabra… Y me abraza por sobre el hombro y me apretuja contra él… Y, al instante, me lanza hacia el lado contario… Y despotrica contra todo lo que creo… Y me anima que siga adelante… Y me dice que no pierda el tiempo en sueños… Y me dice que dios existe y que Dios, no…  Y me dice que solo me queda lanzarme al vacío… Y que sería una tontería dejar el suelo firme, porque hacerlo sería tonto… Y me dice que no sale el sol –“Hoy por lo menos, para vos no saldrá”, recuerdo perfectamente, porque entonces es cuando empiezo a llorar-… Y me dice que ni piense en hablar, que es su turno porque yo fui él que llegó a buscarlo… Y me dice… Y me dice… Y me dice…

… Y el espejo me dice que será un día difícil. Me recuerda que ya es el sexto durmiendo mal. Que hay que trabajar… Que hay que sacar los proyectos… Que así, con esa carita ojerosa, no se puede... Que doy lástima… Qué aunque sea me eche gotitas para los ojos… Que me bañe con agua doblemente helada para ver si despierto, si arranco. Y yo, solo alcanzo a callarlo.

            … Y me dice… Y le digo: “Callate”.
-          “Gracias, por venir”, me responde.
-          “De nada”, le digo y me seco las lágrimas. “Hay vengo otro día”.
-          “Vaya… No avises, igual no te estaré esperando”.
-          “Ya sabes, así lo haré.”

“Gracias”, repite y se lanza al vacío, y lanza una gran carcajada, y yo creo que nunca va caer hasta abajo, donde será feliz riendo con su ejército de peluches maniáticos… ¿Y qué más puedo hacer? Solo me marcho…

… Y me despierto, y estoy en la cama. Justo de su lado, abrazando su almohada, abrazando su recuerdo. Afuera llueve, son las 9:00 de la mañana y necesito un poquito de sol… Solo un poquito, no dos o cinco poquitos… Solo un poquito de ella… Con ese poquito me bastaría para ver si este día logra arrancar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario