jueves, 17 de noviembre de 2011

Tiempo 01

No tenía ganas de hablar. Pero eso no le importó. - ¿Lleva prisa?
- Sí.
- Para eso no hay nada mejor que un taxi.
- …
- La gente se queja de lo que cobramos… Pero ya ve, así están las cosas de caras.
- …
- Por eso me gusta la gente como usted. Dice para donde va, le damos un precio y no regatea… se sube y ya. Me dijo que llevaba prisa, ¿vea?
- Sí.

Se puso los lentes obscuros. Presionó el acelerador. El carro se pegó al pavimento caliente y enfiló sobre la avenida.

- ¿Anda con tiempo?
- No mucho, tengo prisa por llegar.
- No se preocupe… Hasta allá estamos en 15 minutos…
- …
- Digo, si la trabazón lo permite.
- …
- Usted no es de muchas palabras, ¿vea?
- ¿Perdón?
- Ja, ja, ja.

El taxista aspiró el cigarro y siguió riendo. “No, no lo apague… Mejor deme uno para el camino”, le dijo cuando iba a subirse al carro. Le robó uno… Dos, “el otro para después”. El primero, directo a la boca, apretado entre los dientes. El segundo, a la bolsa de su camisa a cuadros y con manchas de grasa. “Estoy dejando de fumar… Es para vivir más, aunque no creo que eso pase”, dijo y tragó la primera bocanada de humo. Tenía la cara redonda, la barba semipoblada y los ojos hundidos. Sonrió. Y siguió hablando.

- La gente se queja por el dinero.
- No es fácil ganárselo.
- Eso les digo… Eso, mismo.
- …
- Tendrían que preocuparse por cosas más importantes…
- ¿Por ejemplo?
- Por el tiempo…
- ¿Tiempo?
- Sí… No sé si a usted le pasa… El tiempo ya no alcanza… Ya es jueves… Y apenas ayer era miércoles.

“Está loco”, pensó. Lo vio de pies a cabeza. Parecía un oso. O por lo menos, se parecía al único oso que había visto frente a frente en su vida: Un oso gordo, viejo, cansado que ni se movía de una esquina en la jaula del viejo zoológico capitalino.

Un oso con lentes oscuros que hablaba hasta por los codos. El pelo le caí en rizos largos y desordenados sobre el cuello grueso. De él, nacía una papada que caía libremente sobre el cuello de la camiseta blanca –el centro, le decían-; y el estomago, grande, abultado, cubría sin problemas el cinturón de seguridad. Sí, era eso: un oso gordo, viejo, cansado. Y sí, parecía estar loco o, por lo menos, no conocer el orden de los días de la semana. 

- Es cuestión de las horas, duran menos.
- …
- … Por eso es que el tiempo pasa más rápido… No le digo que apenas ayer era miércoles, pues.
- Sí…
- … Ya ve… y uno se acuesta y amanece cansado… Porque las horas ya no son las mismas de antes…
- Pasan volando.
- ¡Exacto!
- Aja.
- Es como si tuvieran menos minutos o menos segundos… Yo no sé dónde se quedan… Porque no pasan, solo desaparecen. Hay gente que ya se dio cuenta, pero no son todos… Por eso ahí ve a toda la gente como loca por la calle, corriendo… Siempre corriendo…
- ¿Por el tiempo?
- Sí, por el tiempo… Creen que si corren van a recuperar el tiempo que se les ha ido… Por eso corren, por el tiempo perdido y todavía no lo saben…

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