miércoles, 16 de marzo de 2011

Locura 02

- Hoy no tengo nada que decirte.
- ¿En serio?
- Sí, en serio.
- ¿No tenés nada que decirme o no querés decirme nada?
- …

-
- Digo, no es lo mismo…
- Sí, bueno… ¡Nada! Al final de cuentas, nada.
- Mirá pues, pero ya dijiste bastante.
- ¡Nada!, ¿entendiste?
- Sí, nada… Pero sigues hablando…
- ...
- Ya que tienes ganas de hablar, me podés decir por qué estás enojado.
- ¡No estoy enojado!
- ¿No?, me parece lo contrario.

La primera vez que puso el pie en el consultorio lo hizo de buena fe, casi como queriendo estar ahí. “Es que necesitas ayuda”, le dijeron. Era por aquella mujer que se había ido, por su desenfrenada manía de tronarse los dedos, siempre despierto, y rechinar los dientes, siempre dormido –eso se lo había reclamado la mujer -; por la manía de dejarse el sudor, la piel, los huesos, la sangre y la vida en el trabajo; por soñar despierto y creerse sus sueños; por su “especial condición médica” –eso se lo había dicho su madre-; por la locura de vivir la vida –la que le quedaba después del trabajo- al tope, sin descansos y siempre de noche…

- Sabes, eso detesto de vos.
- ¿El qué?
- Eso… Exactamente eso…
- ¿Qué?
- Qué siempre tengas algo que decir… ¿No te podés quedar callado?
- No.
- Digo, al final estás para escuchar, ¿no?
- No.
- ¿No?
- ¿No te lo explicaron?
- ¿El qué?
- Cómo era todo esto, como era el proceso…
- … No…

Proceso. La palabrita solo le traía a cuentas una novela de Kafka… Y de Kafka recordaba más “La Metamorfosis” y le sonaba a locura… Y del proceso, pues era eso un ir de un punto A a otro B para dejar de sentir eso. Dejar de sentir que algo le apretaba el pecho y lo dejaba sin aliento. “¿Qué sentís?”, le preguntaron. Cuando describió esa sensación, lo vieron feíto. Por eso no le gustaba hablar y para que no lo vieran mal –de verlo y de sentirse mal consigo mismo- evitó decir lo que se repetía frente al espejo… Sentía… Sentía… Sentía que se estaba volviendo loco. Loco y no sabía por qué. Y aunque no lo dijo abiertamente, todo el mundo le recomendó que tenía que seguir un proceso… Y la palabrita le recordaba a aquella novela de Kafka… Aquella novela inacabada que emergía desde un punto A, donde no se sabía nada, hasta llegar a un punto B, muy cerca de la locura.

- No, ¡no me dijeron ni mierda!
- Pues bueno, venís a escuchar…
- No, vengo a contar…
- No, no, no…
- Sí… Eso me dijeron… Que me sentaba en un lugar cómodo y que me escucharían.
- No… Veamos…
- ¿Cómo qué no?
- Señor… -la voz de una mujer terció sin preámbulos
- … ¿Sí?…
- El doctor lo espera, dijo.
- Gracias…
- Ya vez, no venís a hablar… Venis a escucharme a mí...
- Señor, el doctor lo espera...
- ¡Ahorita, señorita!
- ... Así que entra a esa sala y escúchame, antes de hablar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario